
La irrupción de la tecnología en las finanzas ha supuesto que numerosas startups ofrezcan servicios de banca rápidos y sencillos a sus usuarios. Gestión de mercados y materias primas, financiación colectiva, desarrollo de sistemas de seguridad financiera, asesoramiento online, monederos digitales y, por supuesto, transacciones y pagos son algunas de las prestaciones disponibles en páginas web y aplicaciones para móvil.
El auge de estas compañías tecnológico-financieras es imparable: durante 2014, la inversión para su desarrollo alcanzó los 11.110 millones de euros, triplicando los datos del año anterior. Las fintech requieren una gran demanda de capital, pero también existen numerosos fondos privados ansiosos de posicionarse en un mercado emergente. Mientras tanto, en España, los números son algo más modestos: el volumen total de inversión es de unos 130 millones de euros, el 39% más que en 2014. El principal problema de nuestro país radica en la falta de un sector tecnológico potente y, sobre todo, de una regulación específica que favorezca su implantación, por lo que muchas empresas españolas sitúan sus bases de operaciones en distintas capitales europeas, principalmente Londres. Se ha constituido recientemente la Asociación Española de Fintech e Insurtech, que junto a la Asociación Española de Tecnología Financiera–Fintec, tratan de sentar las bases de futuro.
A pesar de estos momentos de apogeo, las compañías fintech tampoco están exentas de riesgo: puede haber cierto “efecto burbuja”, ya que muchas de ellas desaparecerán con la consolidación del mercado y la búsqueda de un retorno de la inversión, igual que ha pasado en la banca. Además, muchos de sus productos no están lo suficientemente probados durante un ciclo económico completo, y Standard&Poor’s recuerda que la morosidad del direct lending y el crowlending podría dispararse ante un cambio de ese tipo.
Las compañías bancarias se debaten hoy entre asociarse a las fintech o intentar desarrollar una estrategia tecnológica propia. Parece que todas ellas tendrán que aceptar las nuevas reglas del juego, sobre todo tras la reciente decisión de la nueva directiva europea de servicios de pago (PSD2, por sus siglas en inglés) de crear una norma que ofrece un plazo de dos años para que la banca comunitaria abra sus cuentas a terceros permitiéndoles hacer negocio con ellas. A día de hoy, ya son muchas las entidades que han sabido trabajar con las fintech para crear servicios y productos que respondan a las exigencias actuales. Otras, sin embargo, han visto estas startups como sus rivales, ya que, además de no estar reguladas por la misma legislación, suponen competencia en algunos terrenos importantes como el de los préstamos. En cualquier caso, es innegable la importancia creciente de la tecnología en todos los ámbitos de nuestra vida y las nuevas oportunidades que pueden abrirse en el negocio bancario. Por ello, quizá resulten más un aliado que un competidor, ya que se ocupan de dar respuesta a necesidades concretas de manera más rápida y eficaz, ya que integran el Big Data o el Data Analytics junto con la economía, algo que un banco tradicional no podría hacer. Por su parte, las empresas financieras disponen también de activos importantes, como la información, el arraigo y la experiencia en servicios tradicionales.
Los bancos se enfrentan a un modelo diferente de negocio, fruto de la reciente crisis mundial, la innovación tecnológica y la globalización, así que deben sacar partido al nuevo entorno y adaptarse a él, utilizando las herramientas disponibles a su alcance para transformar sus sistemas actuales, reestructurándolos y organizándolos en una serie de servicios interrelacionados que permitan más eficiencia y flexibilidad en la gestión, así como una mayor agilidad en la relación con el cliente. De este modo, podrán llegar a más gente y competir con otras empresas a nivel mundial. Para ello es preciso abandonar prácticas obsoletas y dar prioridad a metodologías de futuro. Y las compañías fintech parecen formar parte de ello.
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